La historia es la narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de memoria, sean públicos o privados, pero sin duda, “la historia la escriben los vencedores”, como señalaba George Orwell en 1944 cuando era columnista para una revista británica.
El director de cine chileno Felipe Gálvez en Los colonos, la historia conocida dentro de su país, que lamentablemente es la historia de toda una región que sufrió numerosas y sangrientas colonizaciones de parte de naciones ya establecidas que no aceptaban un no como respuesta.
Gálvez demuestra su versatilidad con este western latinoamericano de gran factura que narra el recorrido de tres jinetes a principios del siglo XX, que van en una expedición por el Archipiélago de Tierra del Fuego, a las órdenes de un rico terrateniente llamado José Menéndez (Alfredo Castro), para asegurar su gran propiedad asignada por el Estado. El teniente británico Alexander Brevig (Mark Stanley), un mercenario estadounidense Bill (Benjamin Westfall), que acompañados de un tirador mestizo Segundo (Camilo Arancibia), se embarcan en medio de las tensiones en la misión de eliminar a la población indígena “invasora”.
Los planos abiertos de las praderas y las majestuosas cordilleras se combinan de manera asertiva con la continuidad de la narrativa, que se mezclan de manera macabra con la desmedida crueldad del personaje británico y la deshumanización de su acompañante norteamericano. Gálvez pone en evidencia su postura política e inicia sus potentes mensajes con la nacionalidad de ambos personajes.
El personaje mestizo es un impotente testigo de la crueldad del ser humano y las formas de adueñarse de dichas tierras, ya que, de manera cruda, pero sincera, el director presenta su mensaje sobre los sistemas colonialistas y la manera como les han vendido el «progreso» a las comunidades ancestrales, masacrando sus pueblos, pero no sus legados.
Cabe destacar que las panorámicas de esa tierra colonizada son un personaje viviente en los mensajes de la película, porque la tierra atrae la colonización y en la tierra se riega la sangre de los que se opusieron, todo bajo la talentosa dirección de fotografía de Simone D’Arcangelo y la música de Harry Allouche, inquisidora e incómoda, más que adecuada para la generación de esa desagradable sensación de impunidad.
Los colonos resaltan la crueldad de ese momento histórico, la violencia que generaba más violencia, como en la secuencia del coronel británico Martin que demuestra la falta de humanidad sin nacionalidad. También es un homenaje a la resistencia, a la lucha interna de cada individuo y de los pueblos masacrados por no morir por dentro y por fuera, narrada en un estilo clásico, pero más que vigente en la historia de los pueblos que continuamente se reescribe.
De sus mensajes políticos, y sobre la misma humanidad, personalmente recalco los últimos 10 minutos como los más potentes de la cinta con su simbología cuando esa idea de “modernización” consiste en ponerse a nivel del enemigo, adornada y sustentada por la academia y el conocimiento del intelecto, cuando es la humanidad la que continúa perdiéndose dentro de una manera “civilizada” de vivir.
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