En estos días de concentración difusa la mayor atención promedio de una persona es de 15 a 20 segundos, gracias al bombardeo constante de información, donde se ve todo, pero no se entiende nada, ni mucho menos se aprecia. Por cuenta de esto el cine ha sido una de las víctimas de estas dinámicas, y los niveles de atención son casi nulos a la hora de acercarse a piezas que recrean atmósferas subjetivas y de valor visual onírico.
La ópera prima del director peruano Leonardo Barbuy lleva al espectador a estar presente en una experiencia cautivadora dentro de las montañas de Ayacucho en los Andes Peruanos, y ser parte de un recorrido frente a la muerte, la memoria, la tradición y la cruda realidad social de América Latina.
Diógenes se cuenta en blanco y negro para crear atmósferas, por momentos sofocantes y casi ceremoniales, reflejadas con gran intensidad en un constante ejercicio de contemplación, utilizando la luz como conductor visual en una historia que muestra a dos hermanos criados en aislamiento por su padre, un pintor de Tablas de Sarhua que intercambia su arte en el pueblo por provisiones, mientras sus hijos le esperan cuidados por sus perros. Una mañana, Diógenes no se despierta.
El modo de aplicar la luz a veces sugiere que la historia transcurre en un lugar sin tiempo, o diferente del real, validando la gran labor del director de fotografía colombiano Mateo Guzmán y del fotógrafo peruano/mexicano Musuk Nolte, que realzan la belleza natural y cultural de los Andes.
Durante la cinta se aprecian movimientos de cámara arriesgados, pero bien logrados en círculo, que proponen varias interpretaciones o cuestionamientos sobre cómo apreciar el plano y paulatinamente la historia. Diógenes es cine de autor que sin duda reivindica la estética latinoamericana, pero ¿Sería perjudicial para el cine latino americano salir de esos estándares?
La cinta de Barbuy logra mitificar estas experiencias rurales, tan complejas por momentos, pero que aluden a un contexto lo suficientemente amplio para apreciar aún más la estética visual, y por momentos, justificar el pausado ritmo de la película, que puede ser problemático para una audiencia promedio, que, si acepta el reto, será bien recompensado.
Desde otro punto de vista, Diógenes es una lucha dentro y fuera de la pantalla, porque propone un viaje contemplativo de gran calidad que le exige al espectador estar atento para apreciarlo completamente y, por otro lado, continúa defendiendo esa estética latinoamericana tan ligada a Andréi Tarkovski, que encuentra la belleza en la influencia de un gran maestro del cine como el ruso. Pero ¿hasta dónde hubiéramos llegado sin él?
De todas maneras, Diógenes es una película con una fotografía impecable y con una muy buena dirección de este peruano, que vuela alto en los Andes con la producción de la también cineasta colombiana Laura Mora, ahora en otro frente, que muestran un camino prometedor con otras grandes películas que disfrutar.
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