Cuando ví «Rompan todo», me afanó la escasez de propuestas. No solo del rock colombiano, sino del rock latinoamericano en general. Colombia en ultimas dale bien librada en el documental, básicamente porque aparece. ¿Que tan bien representada? Queda la duda. Pero… ¿y Os Paralamas? ¿Y los Caramelos de Cianuro? Incluso, ¿por qué ni se nombra a Porno para Ricardo?
Pero el documental tenía que ser incompleto. El rock latinoamericano es inmensamente rico al guardar ese delicioso mestizaje que permite que se le metan vientos o percusiones andinas o afrodescendientes, sin que por ello deje de ser rock, con perdón de los puristas. Rock al parque o vive latino son los pocos sitios en que entran bien una marimonda o una guacharaca junto a los pantalones de cuero o el maquillaje nórdico. Por eso, era de esperarse que no se diera cuenta de la riqueza de nuestro rock. La idea es simplemente titánica e irrisoria.
Pero acá al sur del Cabo de la Vela muchos se ofendieron porque Colombia aparece brevemente a partir del capítulo 4. Porque lo que según el documental propone La Maldita y Cafeta, ya lo había mostrado acá la Banda Nueva. Porque tuvimos la psicodelia los Flippers y Génesis, el rock progresivo de Ship, el heavy metal de Kraken o Kronos. Porque ni se nombra a Alfonso Lizarazo, Jorge Barón o Carlos vives, a quienes tanto les debe el rock. Y menos, se reseña el trabajo de Oscar Golden o Vicky.
Sin embargo, el documental pretende mostrar algo diferente. Se enfoca en la gran industria del rock, por eso le da tanto peso a propuestas como Maná, que, a pesar de amores y odios, es la banda de rock que más tiquetes vende. En ese sentido, el underground no tenía que verse representado. Por otra parte, está sospechosamente ligado a las bandas que tienen cercanía con Gustavo Santolalla, otro grande pero de amores y odios y que además es uno de los productores del documental.
Este sesgo los hace obviar cosas realmente importantes y poco perdonables, por ejemplo, a Rock al Parque, el festival gratuito más grande de América. Pero más allá de ese sesgo, cabe preguntarse, y espero estar equivocado, qué tanto peso internacional tuvieron la Banda Nueva o Kraken afuera, si acaso hubo alguien con el impacto suficiente como para ser recordado en la escena latinoamericana antes que Aterciopelados o Juanes.
Claro, el documental hace ver que nuestro rock aparece por generación espontánea en el concierto de conciertos, algo del todo falso. Sin embargo, como señaló nuestro bluesman local Carlos Reyes en sus redes, de nada sirve ofendernos por pasar de agache, cuando nuestra escena pasa de agache frente a sí misma. Y es que entre la codicia de disqueras y emisoras que se suman a un público desinteresado, hostil y vallenatero, poca difusión se hace de nuestro talento local.
Casi que apuesto a que la mayoría de quienes esto lean no conocen la mayoría de estas propuestas que nombré, o las desecharon por ser “música de plancha”. Y es que en general, pasan de agache. Hay grandes trabajos al respecto, como el de Pablito Wilson, el de Jacobo Celnick o el coqueteo que hace Manolo Bellón en su ABC del rock, que aunque sean por definición incompletos, suponen grandiosos esfuerzos que resultan en tesoros para cualquier melómano de acá, o Incluso la obra “Rotich”, creación del colectivo Hecho en Bogotá y dirigida por Natalia Silva. Pero estos tremendos esfuerzos no son suficientes si el público rockero no se afana tanto por lo local como lo hace por lo extranjero, y sigue escandalizando se porque una boleta cueste 20mil para ver 4 bandas.
El documental no tenía por qué mostrar una historia que aunque nuestra, no parece tener mucho peso afuera ni a los intereses de quién la produjo. Particularmente, cuando no tiene peso para nosotros y uno ve a viejas glorias de nuestro Rock que deben ganarse la vida cantando en bares de Chapinero. Cuando llamamos «música de planchar» -dicho en el tono más despectivo posible- a nuestro rock pop de los 70.
El mundo tiene los ojos puestos en Colombia por «Encantó». Sea está la oportunidad de mirarnos el ombligo y hacer justicia a nuestro rock. De demostrar que aunque los Atercios, Compañía, Pasaporte y Juanes fueron grandes, hubo un antes y un después muy interesantes. Podemos mostrarle al mundo que Colombia no es la tierra del olvido, el vallenato o el reguetón, que nuestro rock no se quedó en las promesas del 96 y el rock en tu idioma y no es un muerto sin doliente. Es momento de luchar por la causa nacional.
Por: Mauricio Moreno @mauromoreno83
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